Los días nublados llevan tu nombre.
El de Alameda #480, el de Santa Lucía, el de las calles de adoquines, el de la puerta de hierro, el de las baldosas en composé blanco y negro, el de escala de mármol y el pasamanos de bronce, el de Lastarria, de Rosal, el de Padre Luis de Valdivia, del café sureño, el de la barbería, de Merced, el de Bellas Artes y sus alrededores.
Los días fríos llevan tu nombre.
También la mesa cuadrada con las dos sillas metálicas de tu departamento, los individuales blancos con dibujitos, la cama que suena, el colchón añejo, el escritorio y la mítica lámpara verde de banquero (desde allí te escribo) las estanterías desiguales y tus libros, las cortinas de tupido género, la estufa, el pequeño frigobar, la minúscula cocina, las dos copas que te quedaban, la olla de acero, el wok, el hervidor que no se detiene por sí solo, las botellas de vino que coleccionamos en el arrimo de tu entrada, la tolla verde, la blanca y la concho de vino, la peineta de madera, las ventanas rectangulares de tu baño, el enchufe desarmado, el espejo y las gotas de agua disecadas.
Los días con sol llevan tu nombre, los de primavera, los de otoño.
Anoche y esta mañana también lo llevaron.
Así la camisa de sutil tela, los pantalones oscuros, los zapatos que tan bien te sientan, el reloj de tu mano izquierda, los lentes que ocasionalmente limpio, tus manos, tus ojos, tu boca, tu voz y sus distintas entonaciones, el miedo a que me dejes, el desvelo a que te vayas, las horas que no puedo verte, todo el tiempo que quiero besarte, todos los libros que quiero leerte, todas las noches que quiero cuidarte, todos los chistes que quiero contarte, las camas donde quiero amarte, las canas que deseo peinarte.
Debería extrañarte si me eres completo, absoluto, entero, íntegro, el conjunto y la totalidad?
Debo amor mío, claro que quiero extrañarte.
Añoro la madrugada en nuestra cama, tocarnos en la desnudez, murmurar soñolientos el amor, ver la misma ventana al desayunar, abrir la puerta a las 08:30 para dejarte ir, preguntar si llegaste bien, si a las 11 a.m. tienes hambre y si fuiste ya a almorzar, inventar panoramas para nuestra tarde, abrirte la puerta al volver, besarte como si hubiesen pasado meses, salir de casa y reiteradamente volver a besarnos en el ascensor, viajar de la mano por nuestra calle, reírnos de los habitué también de las mascotas y sus dueños, del tipo usurero del negocio de la esquina, pensar si vamos por unas O´hara´s y papas fritas con ambas salsas, o al restorant Vietnamita del mesero ese y sus toallas en forma de pastilla, o por las jarras de sangría del Gam y El Bajo, a quedar en ruinas después de ir a la Librería Prólogos, a la Tiendita Nacional, peor si es a Metales Pesados, ir por el desayuno y once al Café Mosqueto, estallar en risotadas cuando le cambiamos el nombre a las cosas, a los negocios, a los sustantivos y adjetivos, volver a casa ebrios sin recordar por donde acabamos de pasar, darnos una ducha nocturna para luego abrigarnos entre las sábanas que noche a noche, mañana a mañana imagino nos alojan haciendo el amor, albergando el aguacero de nuestros cuerpos y lo pegajoso de nuestros adentros.
Todo es y lleva tu nombre vida mía.
La melancolía y el día que no acaba si estás lejos, lo que escribo y las hojas de los árboles que oscilan frente a mi inconsciente, en este ventanal donde hace un par de semanas nos reflejábamos los dos.